jueves, 30 de septiembre de 2010

Las mujeres de los barras. Como viven y piensan.


Gorro Nike, pelo muy corto de un rubio chillón oxigenado, temporadas acumuladas de cama solar y look fashion. “Hola, soy Pamela. ¿Querés ver la mercadería que tengo?”, soltaba en tono dulzón a las que estaban a punto de entrar al probador de un local de ropa exclusiva en zona norte. Allí nomás abría el bolso y exhibía unos pantalones de primera marca que en el circuito formal cotizaban a 400 pesos pero ella ofrecía a 200. En cómodas cuotas, aunque ella vendiera sólo cash, iba contando que su marido era barrabrava de River y aquella era la segunda vez que caía preso. Lo visitaba tres veces por semana en Ezeiza y se esforzaba porque su hombre siguiera viviendo “como un rey”. Y ella, como lo que imaginaba que era una reina. Aunque sus hijas comieran polenta durante días, juntaba los 300 pesos que costaban las zapatillas que él le había encargado y con las que pensaba pisar fuerte en el penal. Pamela tampoco se privaba del look cheto e incansables sesiones de cama solar. “Cierro los ojos y me imagino en el Caribe”, justificaba entre risas. Mientras tanto, sus amigas le cubrían necesidades más básicas.
El de Pamela, como se verá, no es el único caso de sumisión entre las mujeres de los barras. ¿Qué las seduce de esas personalidades violentas? ¿Hay un denominador común?
“El ejercicio de una masculinidad violenta genera una fuerte atracción. El coraje, la valentía, el defender los honores, son condimentos que funcionan como imán en muchas mujeres”, opina el antropólogo social e investigador del Conicet, José Garriga Zucal.
La bella y la bestia. Soledad Spinetto ingresó a la Gobernación de la provincia de Buenos Aires y tuvo un desempeño profesional brillante. En pocos años, llegó a ser la secretaria privada del gobernador Felipe Solá. De lunes a viernes se calzaba el tailleur. Pero el domingo era otra. Por nada del mundo dejaba de ir a la cancha a alentar a Boca Juniors. Sus compañeros creyeron que bromeaba cuando contó que estaba de novia con Rafael Di Zeo, el discípulo de El Abuelo, el mítico jefe de la barrabrava boquense. Ella repetía “muero de amor por él” e intentaba que sus contactos ayudaran al Romeo que ya empezaba a tener los primeros traspiés ante la Justicia. Nadie podía creer que esa mujer, brillante y prometedora, perdiera su puntualidad inglesa por una pasión irracional por Di Zeo. Sus ex compañeros todavía recuerdan la discusión a los gritos que en septiembre del 2005 tuvieron Soledad y su jefe. Allí se quebró la relación con Solá, y salió eyectada de la Gobernación a la Secretaría de Asuntos Agrarios bonaerense. El cambio pareció no afectarla. A los tres meses, se casó con Rafael Di Zeo, ya líder indiscutido de la minoría violenta, en una quinta de Benavídez. Como una reconfirmación de su amor, se tatuó en la espalda la palabra “Rafa”. Vivieron una luna de miel en continuado –que incluyó el último mes en la clandestinidad- hasta que él se entregó a la Justicia y quedó detenido a fines de marzo de este año. Hoy, ella continúa esperándolo.
El vendaval que empezó a sacudir desde febrero de este año a la interna de los barras de River desnudó una estructura con códigos y justicia propia. Sus mujeres no se quedaron atrás y parecen haber adoptado algunos razonamientos de sus hombres. Laura Viña, la stripper y prima lejanísima de Máxima Zorreguieta, fue la novia de Gonzalo Acro, asesinado el 9 de agosto pasado. “Era bueno como pocos. Una persona con códigos y que, como siempre me decía, no era traidor”, repite en clave propia de “Los Borrachos del Tablón”.
Del otro lado Carolina Nimeth, la ex mujer de Alejandro “Bala” Echeverry (uno de los imputados y dueño del auto desde el que supuestamente le dispararon a Acro) aportó información ante la
Justicia que comprometió a su ex pareja. “Para estar con uno de ellos tenés que bancarlo a muerte. Yo lo enfrenté pero soy una excepción. La mayoría de las mujeres son iguales a ellos”, filosofa Nimeth como si hubiese podido desprenderse de su pasado. No es lo más común. “En general, estas mujeres son funcionales al sistema que sostiene a sus parejas”, explica el antropólogo Garriga Zucal. Es probable que ahora, con la Justicia intentando quebrar esa red social violenta que son los barras, las señoras comiencen a aportar pruebas para apuntar a los jefes máximos, algo impensable poco tiempo atrás. Además, hay diferencias sociales notorias entre los integrantes de esos grupos amparados por muchos dirigentes. Como en el caso de Pamela o de Nimeth, están al borde de sus fuerzas, sin dinero y solas con sus hijos. En cambio, muchos barrabravas le dan un buen pasar a sus familias.
Señoras VIP. Son las que pueden vivir en un country, se pasean en camionetas importadas y mandan a los chicos a buenos colegios, aunque conviven con la amenaza de que sus maridos vayan presos. En general, todas gozan de buenas ubicaciones en los recitales organizados en las canchas, pero pocas pueden codearse con los dirigentes y participar de las fiestas sociales. Ese es un mundo masculino en el que no hay demasiado espacio para las esposas. “Para estos hombres, el mundo de lo femenino está dividido entre “la bruja” y “la puta””, explica el psicoanalista Sergio Zabalza.
Durante los 14 años que Carolina Nimeth estuvo al lado del ahora prófugo Echeverry, el timbre de su casa podía sonar en medio de la noche y él se iba. Reaparecía después de días sin que mediara explicación.
Cuando hace unos meses el marido de Pamela, la que vendía jeans, salió de la cárcel, ella se sometió de vuelta a su dominio: volvió a ser geisha de tiempo completo y se distanció de las amistades que no aprobaban al hombre. La vuelta a la tribuna también le devolvía a el ex preso su status dentro del universo violento de cada domingo. Para el psicólogo Zabalza, la barrabrava funciona como un tótem que le permite a sus integrantes sentirse machos.

Sin embargo, no todo es lo que parece. ¿Qué pasa cuando esos hombres quedan solos con sus parejas en la intimidad de sus casas? Responde Carolina Nimeth, la mujer del prófugo: “En la cancha mandaba él, pero en casa mandaba yo”. casa mandaba yo”.

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